Perdonen los lingüistas,
pero si digo “frío”
la í me aguija igual que si una abeja.

Con tan solo decir “despertador”,
un terremoto a escala me sacude.

Cuando pronuncio “sueño”,
mi paladar se llena de legañas
y hasta la propia tilde marejada
se demora en la espuma de las sábanas.

Me dirán que es casual, pero “caballo”
es la palabra que mejor relincha,
la noble “burro” como que se atora
en el barro cansino de las erres,
la palabra “paloma” bate alas,
“gorrión” bebe de un charco en el camino.

Perdonen los lingüistas, pero mienten
cuando dicen que “rosa” y “azucena”
podrían haber sido “cardo” y “zarza”.

Y sobre todo sigo aún pensando
que cuando digo “tú” solo podría
decirlo de ese modo en que lo hago:
con un temblor de pájaro al empiece
y la boca pequeña al acabar.

Andrés González Castro

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